Pacificar, resolver y reparar más que reprimir y encerrar

Les cuento un caso que nos tocó hace un tiempo… Un chico sabía la hora en que los vecinos bajaban del colectivo a la noche tarde para regresar a sus casas. Él aprovechaba esa situación y les arrebataba sus pertenencias. Una noche, una señora se negó a darle la cartera. Forcejean, la mujer resulta golpeada y sufre fractura de cadera porque tenía osteoporosis. En el barrio se generó una situación de mucha zozobra y miedo, estrés; gente que no quería salir más a la calle de noche. Allí, con la gente del municipio, se hizo una práctica restaurativa con un facilitador comunitario. Los vecinos armaron una red para cuidarse entre todos; sobre todo a aquellos que bajaban del colectivo tarde. Cortaron árboles, mejoraron luminarias. Se instaló una alarma que cuando sonaba significaba que podía haber una situación de peligro. Toda la intervención terminó con una gran reunión en la calle. Todo este proceso unió a vecinas y vecinos, muchos ni siquiera se conocían.  Es decir, que a partir de delito y la implementación de prácticas restaurativas se produjo unión y entre todos se encontraron soluciones para el bien común. En el camino conocimos la historia de ese chico, una historia que puede sonar harto común si la pensamos en términos generales, pero que no debe dejar de conmovernos para buscar soluciones a largo plazo que mejoren la vida de las personas. Una madre adicta internada con problemas psiquiátricos. Vivía sólo con su abuela que estaba postrada en una cama. Y los robos eran una forma de sobrevivir. Uno de los vecinos, encargado de un club, le terminó dando trabajo. Por lo tanto, la realidad nos indica que ese chico necesitaba un trabajo y no estar tras las rejas. Estuvo detenido muy poco tiempo. El barrio que estaba paralizado se unió y se conoció.

La narradora es Marta Pascual, jueza Penal Juvenil de Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, especialista en Justicia Restaurativa formada en Lovaina, Bélgica, docente universitaria, integrante de la Asociación Internacional de Magistrados de la Juventud y la Familia (AIMJF).

“Para hablar de Justicia Restaurativa primero quiero definir lo que no es”, expresa Marta desde su apasionamiento por la temática, la certeza por su experiencia y formación, y la tranquilidad de quien sabe que hace muchos años tomó el camino que considera correcto en la búsqueda de sociedades menos violentas, más pacíficas, más deseables de ser vividas.

“No es una forma sencilla de resolver los problemas. No es una forma de desagotar los juzgados. No es una forma más light ni tampoco nosotros somos abolicionistas, sino que es un enfoque diferente que tiene que ver con sumar actores y parar el conflicto. A partir de allí pacificar el barrio, la comunidad o los ámbitos de acuerdo que hayan surgido”, explica Marta Pascual.

“Cuando yo tomo un joven en la justicia penal juvenil, ese chico es la punta del icerberg de un conflicto serio en esa comunidad o en esa familia. Si nosotros empezamos a trabajar con ese chico en la escuela, en el club del barrio, o en la sociedad de fomento, vamos a abordar el problema antes de que sea con un delito. En mediación escolar, por ejemplo, hay experiencias increíbles. Y esto está demostrado ya hace muchos años”.

¿Por qué resalta que los que implementan enfoques restaurativos no son abolicionistas? ¿Tiene que ver con un mensaje a la sociedad que se presupone más punitivista o reclamadora de la famosa “mano dura”?

“Considero que la sociedad, en muchos casos incentivada e influenciada por la prensa, está cada día más represiva, quiere medidas más duras, porque cree que encerrando a aquellos que le hicieron un daño, vamos a encontrar más seguridad. Por otra parte, los legisladores también, y ante un hecho que conmociona, sobre todo al hablar de menores de edad, buscan dar respuestas rápidas y represivas, pero está demostrado que fracasan para darnos seguridad. Es cierto que hay mucha violencia, hay muchos delitos, pero pensemos que la respuesta no puede ser más de lo mismo. Bajar la edad de punibilidad está demostrado que no da resultado, y sin embargo se enfrascan en esos debates. En España, por ejemplo, donde se han implementado prácticas restaurativas muy fuertes, ha bajado el índice de violencia, de criminalidad. Incluso una vieja institución asilar, represiva, se convirtió en un espacio restaurativo. Estoy convencida de que este es el camino para pacificar las comunicades y para tener una mejor convivencia. La represión y la cárcel no bajan el delito”.

Además, Marta Pascual les dedica un párrafo a los propios integrantes de los poderes judiciales a la hora de reflexionar e instaurar prácticas restaurativas. “Nuestros colegas juezas y jueces, fiscales y defensores están como en una carrera de quién es más duro y quién aplica las penas más duras. Hoy la población carcelaria es joven, oscila entre los 30 y 40 años, y esto no es un dato casual. Nosotros no pensamos que no tienen que ir a la cárcel, o que no tienen que cumplir una pena, lo que pensamos es que esa pena debe servir para recapacitar, para reconstruirse como persona, y a su vez en el proceso la víctima o sus familiares y amigos deben poder entender, ser escuchados, ser visibles. Es muy importante el rol de la víctima hoy”.

¿En Argentina hay mucha resistencia a la Justicia Restaurativa o a las prácticas restaurativas?

“Sin dudas. Es muchísima la resistencia porque es mucho más fácil celebrar un juicio, dictar una sentencia, que trabajar en ahondar en el conflicto y ver qué pasa. A mí me gusta hablar de prácticas restaurativas más que de Justicia Restaurativa justamente porque es una forma diferente de enfocar los conflictos. La Justicia Restaurativa tiene que ver con pacificar, encontrarle otra vuelta a la resolución de conflictos. Que los jueces asumamos un rol de solucionadores de conflictos y no de dictadores de sentencia sin conocer la realidad. Y, desde nuestras torres de cristal, quedarnos tranquilos con una sentencia. Los jueces tenemos que bajarnos de nuestras torres, ir a la comunidad, ir al conflicto, y darle una solución que sea definitiva; y que no sea el encierro en penal, en dictar una medida autoritaria imponiendo qué días un niño va a estar con su mamá y cuáles con su papá desconociendo la cotidianeidad de la vida de los integrantes de esa familia. O en una escuela hacer como que no veo el bullying, mirar para otro lado o aparentemente remediar el problema expulsando a los chicos que generan conflictos. Resulta imperioso meternos en los problemas, siempre hay un por qué, y a partir de eso encontrar una solución con los actores. Si los actores no pueden, sumar a otros referentes que puedan ayudarlos a encontrar la solución”, se apasiona Marta en su explicación.

“Una cosa importante: los mediadores o facilitadores tienen que estar capacitados. La capacitación y el conocimiento de las problemáticas son la clave.  En la reunión restaurativa tiene que haber neutralidad, equilibrio y que no haya una de las personas que maneje la situación. Si es una mediación penal, la víctima no puede sentir que está en una situación de desventaja. Cuando son más grandes, círculos o conferencias, que no haya un referente que quiera copar la reunión”, cuenta Marta a propósito de la pregunta de cómo se lleva a cabo un proceso con prácticas restaurativas. “En el fuero penal juvenil se le pregunta al detenido si quiere tener una reunión con su víctima o familiares de la víctima, garantizando que no va a ser agredido. Luego se habla con la víctima. Muchas víctimas se niegan a ir a una mediación, otras quieren escribir una carta para contar el daño que le han hecho, No obstante, si la víctima acepta se hace la reunión restaurativa donde ella puede expresarse, explicar qué siente, qué le sucedió. El agresor también lo hace. Hay que destacar que la técnica de mediación es la misma para un chico que entró a escuela y la vandalizó que para un delito grave. En lo personal me gustan mucho más que la mediación las conferencias familiares o los círculos de sentencias donde el juez es un mero facilitador. La víctima es la gran protagonista de los procesos”.

“Que la víctima pueda sentirse escuchada, tenida en cuenta, y pueda recibir una reparación -que la mayoría de las veces no es económica-, pero por lo menos les explican por qué fue el hecho, las circunstancias, incluso puede hablar con su ofensor, o puede decirle que no lo va a perdonar porque sufrió un daño irreparable, sin dudas les permite cerrar ese capítulo de su vida y seguir adelante. Hay experiencias positivas, incluso en los delitos más graves. En Lovaina tuve la posibilidad de ir a una mediación penal en la cárcel de una persona que había matado a un chico joven, era el único hijo y la familia estaba destruida. Los padres al principio no querían ver al agresor, pero después aceptaron. Muchas veces a las familias les interesa saber cómo fueron los últimos momentos de la víctima. En este caso, la persona que había matado, el homicida, les explicó que le habían pasado un dato de que la casa estaba vacía, y cuando entró se encontró con el hijo del matrimonio, quien asustado salió con un arma, hubo un forcejeo y lo mata. Es decir, no había sido la intencionalidad ir y matarlo o ir y matarlo para robar. Esos padres, pudieron entender qué había sucedido y seguir su vida llevando ese dolor profundo”, narra Marta.

Sin dudas hay mucho para trabajar en la implementación de prácticas restaurativas en nuestras comunidades, clubes, escuelas y espacios judiciales, conocer a personas como Marta Pascual comprometidas, preocupadas y ocupadas, alientan a pensar en modificaciones profundas a la hora de resolver los conflictos.