Por Federico Ossola, vocal de la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de 4ª Nominación de la provincia de Córdoba*
“Pidió un vodka. Lo vació de un trago y pidió otro. El segundo trago fue seguido de un tercero y un cuarto. Yo sentía que me dominaba el pánico. Me constaba que resultaba imposible controlarlo…”.
“Fue un genio creativo dentro de una envoltura extremadamente frágil. Su capacidad había hecho crecer una leyenda a su alrededor, una leyenda que, como ser humano que era, se sentía sin fuerzas para hacer realidad… me enseñó a comprender cuán frágiles somos todos, no importa lo importantes que podamos ser”.
“Al no obtener respuesta, empujó la puerta y lo encontró… algo iba mal… por un momento pareció que el tiempo quedaba en suspenso pero luego, todo empezó a suceder a la vez y el dormitorio se llenó rápidamente de gente”.
“Llegó una ambulancia con dos enfermeros… no había signos vitales, y no parecía haber demasiadas dudas…”
Palabras más, palabras menos, hemos escuchado y leído estas frases desde el miércoles 25 de noviembre, cuando murió Diego Maradona.
Sin embargo, las dos primeras pertenecen a May Pang, novia de John Lennon, a mediados de la década de los 70; las dos últimas, a Peter Guralnick, tal vez el mejor biógrafo de Elvis Presley.
Es que, más allá de varios matices diferenciales entre ellos (algunos muy importantes), es posible establecer las muchas analogías de estas vidas, sus muertes, y su vida post mortem (la de Maradona recién comienza), que nos revelan que aquellos bendecidos con un talento fenomenal en algo, muchas veces terminan por convertirse (y también ser convertidos, por el común de los mortales) en Dioses.
Pero en Dioses Grecorromanos que, cabe recordarlo, lejos estaban de estar dotados de la perfección absoluta y la inerrancia: tenían figura humana y, aunque inmortales y todopoderosos, también mostraban vicios, debilidades y contradicciones.
Existen muchos puntos de contacto entre ellos, no siempre coincidentes, pero que ponen de manifiesto una matriz común que nos lleva a preguntarnos por qué los pueblos generan y parecen necesitar de estas deidades.
Trataremos de esbozar aquí algunos de ellos.
El impacto global de la muerte de Lennon puede ser equiparado a lo que ha sucedido con Maradona. Claro, no existía la instantaneidad comunicacional de estos días, pero se trataba de dos figuras cuyos nombres son conocidos por gran parte de la humanidad. Lo de Elvis fue en menor escala, esencialmente dentro del mundo occidental (y particularmente el anglosajón). Pero no cabe dudarlo de los dos primeros.
Algo común entre Elvis y Maradona fue la soledad; esa soledad situacional. Alguna vez, uno de los Beatles dijo -palabras más, palabras menos- que le daba pena Elvis porque estaba “solo. Nosotros éramos cuatro y cuando uno se ponía medio loco, los otros tres lo bajaban a la tierra”. Nadie sabía lo que era ser Elvis; nadie supo lo que era ser Maradona. Pero los Beatles sabían lo que era ser ellos. Esto último, por ejemplo, permitió reprimir el deseo de John de comunicar al mundo, a principios del 68, que era Cristo, que había vuelto a la Tierra, y que tenía que hacerlo saber a todos. Sentados en una mesa, le dijeron que esperara un rato, que tomara un trago, y en breve se olvidó de esta importante novedad que quería transmitir. Pero ni Elvis ni Maradona tuvieron quien les dijera “no”, al menos alguien con la autoridad suficiente para que fuera escuchado y obedecido. Nadie, absolutamente nadie puede comprender lo que significa ser -casi literalmente- dueño del mundo. Lennon, quien siempre fue el más impredecible de todos, tuvo un importante dique de contención en sus tres amigos, quienes compartían -como lo dijo algún autor- el mismo martirio.
En muchas cosas se trató -efectivamente- de un martirio. En el caso de los tres (un poco menos en Elvis), cada cosa que decían, cada opinión, cada comentario, cada ocurrencia fue objeto de análisis, alabanzas y críticas. Vienen a nuestra mente el “somos más populares que Jesús” (Lennon); o el “L.T.A.” (Maradona).
Literalmente no podían traspasar tranquilos la puerta del lugar en el que pernoctaban. La fascinación popular y la consiguiente persecución de personas comunes y periodistas llegaba a ahogarlos. ¿Cómo vivir una vida -ya no una vida normal– bajo esta presión constante y ahogante?
Entre otras cosas, eso también provocó la separación de los Beatles. Y sus reacciones fueron diferentes. George Harrison terminó por ser un semirrecluso y huraño con extraños (por algo, su primera canción, de 1963, se llamaba “No me molestes”); Paul fue siempre el afable y más adicto a la adulación y al contacto con los fans, buscando llevar en lo posible una vida de “hombre normal”, a veces sobreactuada (por ser ello imposible); Ringo, con los años se fue retrayendo, a punto tal que hoy no firma autógrafos ni da la mano ni abraza a extraños (épocas precovid); y Lennon fue el descarnadamente más abierto, conflictivo y contradictorio en esos diez años que culminaron con una muerte trágica, producto (en cierta manera) de un descuido por la seguridad que su figura requería, como quedó demostrado.
Elvis se transformó en un recluso, rodeado de aduladores, sirvientes y sanguijuelas (la “Mafia de Menphis”, se denominaba a su entorno) que nunca supo ponerle límites.
Maradona, luego del esplendor, fue una mezcla de Paul (afable y accesible a la gente), John (siempre dijo lo que pensaba en el momento, sin medir las consecuencias) y Elvis (rodeado de excesos, su propia “Mafia de Memphis”, sin alguien que le pusiera límites).
Lennon y Maradona se identifican en varias cosas más. Fervientes y genuinos predicadores de lo que pensaban en un momento, no hesitaban en desdecirse y contradecirse. Transgresores por naturaleza, generaron adhesiones e idolatría religiosos, y también críticas, odios y detractores acérrimos. Maradona no reconoció a varios hijos biológicos, al menos voluntariamente; Lennon prácticamente abandonó a su primer hijo, Julian. Varias conductas de ambos no superan el umbral mínimo del test de perspectiva de género que hoy ha llegado, felizmente, en nuestro tiempo. Elvis fue, por el contrario, un tipo bastante más “ordenado” en esos aspectos, e incluso parte del “sistema” en los EEUU (recordada es su foto con Richard Nixon).
A Elvis y a Maradona les faltó una Yoko Ono. Claudia, en algunos puntos, es como Cynthia: no le pudo seguir el ritmo y ambas quedaron atrás (aunque, por cierto, el retiro de la esposa de Lennon en su vida fue casi absoluto, no así el de Claudia); Priscilla era algo diferente, casi una figura decorativa, que entró en la vida de Elvis tardíamente (Claudia y Cynthia eran novias de ellos desde los 17 años… vaya coincidencia). Pero ni Elvis ni Maradona se encontraron con una Yoko Ono: alguien que les “volara la cabeza” y que, en cierta manera, colocara un muro de contención ante los desbordes. De hecho, Yoko fue quien echó a Lennon en el 73 (y John tuvo luego una época de enormes excesos), pero también quien le “permitió volver” un año y medio después. Se podrán decir muchas cosas (que John tenía una personalidad dependiente, producto de los traumas de la infancia no resueltos, y que ella era una persona controladora y manipuladora), pero lo cierto es que ni Elvis ni Maradona pudieron anclar su vida junto a alguien que los contuviera.
Los tres murieron jóvenes. Elvis a los 42; Lennon a los 40; y Maradona a los 60. Pero hoy, estos “60” pueden ser vistos como los “40” de hace, precisamente, 40 años atrás. Elvis y Maradona murieron en decadencia física y espiritual. Una vida de excesos y abusos con el propio cuerpo les pasó factura. Lennon, por el contrario, parecía estar reconstituyéndose, aunque aún no estaba en su mejor forma. De hecho, revelaba un optimismo por el futuro (canciones como “Volviendo a empezar” y “La Vida comienza a los 40” lo muestran) que ni Elvis ni Maradona tenían. Cuatro impactos de bala nos impiden saber qué habría sucedido con John.
La urbanidad de la sociedad al tiempo de la muerte de Lennon y Elvis (salvo un par de sucesos ocurridos en derredor de lo primero) contrasta con el triste espectáculo de estos días en relación con Maradona. Pero esto último habla más de nosotros, como argentinos, que de Maradona en sí mismo.
Finalmente, en algo confluyen los tres.
Como lo acaba de señalar la ensayista Beatriz Sarlo, “lo de Diego Maradona fue la celebración de un mito que asciende al Olimpo”; lo mismo pasó con Elvis y con Lennon. Mitos en vida, que ahora se encuentran en el Olimpo.
Un Olimpo de dioses paganos, dotados de talentos sobrehumanos (los que hacen que los seres comunes los admiremos) y de debilidades y miserias que a veces cuesta escindir y que solemos justificar o disimular, individualmente o como conjunto social.Tal vez lo mejor sea no perder de vista la totalidad de la persona; no adormecer nuestro espíritu crítico frente a lo que les reprobamos y está o estuvo mal; no dejar de disfrutar lo mucho y muy bueno que nos dieron; no perder de vista que la vida de ellos, como la nuestra, fue y es una constante búsqueda, aunque ellos tuvieron que hacerlo bajo una lupa detrás de la cual estamos todos mirándolos y juzgándolos; y que, por cierto, deberíamos agradecerles (sin cegarnos) los momentos de enorme felicidad y regocijo que con su talento regaron y siguen regando nuestras vidas.
*Artículo cedido por el autor y publicado también en el portal Comercio y Justicia.