Por Alberto J. Volpi, Director de Prevención de la Tortura, diálogo y gestión colaborativa. Procuración Penitenciaria de la Nación
Desde el año 2015, un conjunto de funcionarias públicas, seguidas de cerca por algunos funcionarios, junto a personas voluntarias interesadas en promover la vigencia de los derechos humanos en los lugares de encierro, visitan cárceles federales para “facilitar” el diálogo.
Este equipo de facilitadores promueve y organiza, fundamentalmente, dos espacios para el diálogo, organizados generalmente con el formato de círculos de diálogo dinámicos entre pares: Probemos Hablando, para las personas privadas de libertad, y Concordia, para las personas que trabajan como agentes del servicio penitenciario.
El trabajo de este equipo es coordinado por el programa Marcos de Paz (MdP), que fue establecido por Procuración Penitenciaria de la Nación (PPN) como una iniciativa permanente en el año 2017.
Estas intervenciones se basan en la utilidad que puede tener la presencia en las cárceles de personas que vienen de afuera y a la vez de muchos lugares y experiencias distintas, que son capaces de trabajar juntas, que se ofrecen voluntariamente para hacerlo y que se capacitan permanentemente para facilitar el diálogo, especialmente en los lugares “más conflictivos”.
La función de quien facilita el diálogo es dejar hablar a otros; es hacer preguntas que inviten a expresarnos y a pensarnos desde un lugar nuevo.
En este sentido, quien facilita intenta ser un ‘interlocutor significativo’: abriendo posibilidades, brindando espacios vacíos para que puedan ser llenados por las palabras de las personas destinatarias del programa; sin juzgar, sin debatir, sin imponer sus ideas, sin defender posiciones, respetando siempre a todos los seres humanos e intentando comprender su singularidad.
La persona que facilita sólo cuida que el diálogo acontezca, para lo cual propone, pregunta y escucha. También siente, duda y vive el círculo de diálogo.
Las personas que facilitan el diálogo, sobre todo, confían en las personas a las que invitan a dialogar y creen sinceramente en que son capaces de ejercer el derecho humano a la palabra.
El derecho humano a la palabra podría definirse como la posibilidad concreta de expresarnos con libertad en el seno de una comunidad que nos escucha. Al ejercerse ese derecho, la palabra puede funcionar, además, como una herramienta para ejercer todos los derechos; de modo que su práctica, su desarrollo y la adquisición de mayores competencias para hablar y escuchar, son todas transformaciones que favorecen la vigencia de los derechos y reducen el daño de situaciones y factores que afectan seriamente el buen vivir en las instituciones de encierro; en beneficio de los detenidos y al mismo tiempo del personal.
El diálogo transforma a las personas y les ofrece oportunidades nuevas, mejora la comunicación y a menudo permite generar y criar relaciones. El diálogo contribuye a la prevención y a la transformación de los conflictos, permite a las personas conocerse y humanizarse mutuamente.
El diálogo constituye un camino probadamente eficaz y seguro para avanzar en la desmilitarización de los espacios de encierro; principal recomendación de los organismos de derechos humanos. Dada nuestra historia y la de nuestras instituciones penales, sin dudas se trata de completar la democratización de nuestro Estado.
La Regla Nelson Mandela N° 38 (1) indica un camino de transformación que, en caso de seguirse de modo genuino y consistente, nos permitiría avanzar en una transformación gradual y positiva de las cárceles: promover la prevención de los conflictos y resolver los problemas disciplinarios, en lo posible, a través de mecanismos no sancionatorios.
Este enfoque viene siendo practicado por cada vez más personas, en diferentes lugares de encierro. Aunque su incidencia sobre las grandes tendencias de los sistemas penitenciarios es aún modesta, quienes toman parte de sus prácticas se apropian de ellas. Cada vez más, los tomadores de decisiones están viendo en el diálogo y la justicia restaurativa una posibilidad concreta de salir de los dilemas permanentes que nos impone el actual estado de cosas.
Tal como lo hemos comprobado desde MdP en varias unidades penitenciarias diferentes, cuando el diálogo es practicado de forma sistemática, con enfoque preventivo, sus efectos positivos son experimentados por los protagonistas y la comunidad se apropia de nuevos modos de gestionar sus necesidades, sus tensiones y sus dificultades.
Por eso, desde MdP nos proponemos que las personas, a través del diálogo, puedan hablarse, escucharse, respetase, ponerse en el lugar de otras, sentirse seguras, participar en la creación de las reglas del espacio de diálogo y colaborar para que se cumplan, sentirse parte del grupo y sentir que el espacio es suyo, ser más responsables de sus actos , ser más capaces de controlar las reacciones, atreverse a “cambiar su destino”, aprender a equivocarse, conversar para prevenir y resolver sus conflictos, colaborar con otras, lograr que se cumplan sus derechos y comunicarse más y mejor con sus familias