Abrió sus puertas en el mes de marzo y tiene una característica singular: allí trabajan 40 chicos y chicas neurodiversos, un adjetivo que incluye a quienes están dentro del espectro autista, personas nacidas muy prematuras con algún grado de compromiso madurativo y a otros jóvenes con desafíos no totalmente caracterizados.
Alamesa es un proyecto hecho realidad del infectólogo Fernando Polack, quien fue una de las caras científicas más respetadas durante la pandemia de coronavirus. Dirigió en la Argentina el estudio que le permitió al laboratorio Pfizer lanzar la primera vacuna del mundo contra el Covid-19. Luego participó en otro estudio para probar la vacuna contra el virus sincicial respiratorio, la materia que estudió durante más de 20 años.
En declaraciones a Infobae Polack explicó como surgió la idea: “Varios temores nos acechan a los padres de jóvenes con neurodiversidad y esos miedos se intensifican una vez que los chicos pierden el espacio simbólico que les da la inserción escolar. El primero de esos miedos es la incertidumbre que intuimos en el futuro de nuestros hijos cuando nosotros no estemos más. Y de ese temor habla todo el mundo. Pero la mayor angustia, rara vez verbalizada, es ver a nuestros hijos ingresar en la edad adulta hacia un larguísimo devenir sin propósito claro. Nos deslizamos con ellos a la interminable postergación de la adultez, a la carencia de trabajo real y, por ello, a la falta de inserción en la imparable rueda de la vida en sociedad. Los jóvenes con neurodiversidad, sentados a un costado del círculo productivo de la vida, devienen eternos niños postergados”. Y agrega: “Las familias viven inundadas de palabras de sus psicólogas, maestras, terapistas, directoras; palabras de quien sintiera que debía, quería o tenía algo que decir. Y ahí, yo me cansé de tanta meta-existencia y le dije a mi hija: ´Basta de palabras, vamos a trabajar´. Así nació Alamesa”.
“Alamesa es un cambio de paradigma desde adentro. Es bueno e importante pintar los monumentos públicos de azul el Día del Autismo o fijar una cuota obligatoria de empleo para personas con discapacidad en las empresas del Estado o en el sector privado -señala Polack-. Pero ninguna de estas estrategias cambia la vida de los pibes que quedan sentados en la puerta de la oficina esperando al transporte que los devuelva a su casa cuando sus compañeros se fueron juntos a tomar una cerveza a fin del día”. Y refuerza: “Esos avances bien intencionados tranquilizan la buena conciencia de la sociedad; no están pensados desde quienes necesitan sentirse integrados. Nuestro cambio de paradigma es la decisión de pensar e instrumentar la integración desde los jóvenes, entendiendo su lenguaje y su mirada. Si un grupo de basquetbolistas chinos recién llegados quiere ingresar a una biblioteca en Buenos Aires que tiene una puerta de un metro y medio de altura, nuestra sociedad concluye que los basquetbolistas son analfabetos. Alamesa no solo estudia la forma más inteligente de agrandar la puerta, sino que traduce los libros”.
“En Alamesa -dice Polack- despachamos un menú diseñado por el chef Takehiro Ohno, desde una cocina que no utiliza fuego, ni cuchillos, ni balanzas y hace universal la vieja sentencia del ratoncito de Ratatouille: ´No todo el mundo puede idear un menú, pero todo el mundo puede cocinar´. Cada plato se sirve en vajilla de un color que es idéntica al color de todos los frascos de ingredientes que conforman esa preparación. Por ejemplo, para una milanesa de lomo con papas fritas se usa un plato bordó, del mismo color que los frascos de pan rallado, huevos, harina, etc., etc., que permiten la producción de esa comida para la semana. Son carriles de 12 colores, para 12 platos”.
Los platos tienen precios competitivos con los de los restaurantes del barrio porteño de Las Cañitas, donde está ubicado. Solo se puede ir luego de reservar ya que la cantidad de comensales está limitada por cuestiones de organización.