Cerramos los ojos y a través del relato ameno, apasionado y claro de Ana Carrascosa, viajamos a España para bucear en prácticas restaurativas a través de su experiencia profesional y de toda una carrera dedicada a la Justicia Restaurativa.
“En estos momentos tenemos unas experiencias muy interesantes de encuentro restaurativo en fase de ejecución de sentencia. Se empezó con el problema terrorista de País Vasco, luego se ha ido extendiendo, y al día de hoy tenemos práctica restaurativa en ejecución de pena con asesinatos de la banda terrorista ETA, pero estamos también haciendo otra serie de prácticas restaurativas y talleres restaurativos con responsables de delitos graves como pueden ser asesinatos, robos con violencia e intimidación de alta gravedad. Y seguimos también potenciando otro tipo de herramientas restaurativas al margen de los procedimientos. Por ejemplo, en España, un problema que compartimos los pueblos unidos por una religión mayoritariamente católica, son los abusos sexuales de la iglesia. En estos momentos se están llevando a cabo encuentros restaurativos al margen de la jurisdicción con víctimas abusadas por miembros de la iglesia y los miembros de la iglesia”.
Ana Carrascosa ingresó en la carrera judicial en 1989, tuvo como destinos Lena (Asturias), el juzgado de Primera Instancia e Instrucción 5 de Palencia (1991), el juzgado de Familia 3 de Valladolid (1999), y desde esa fecha se desempeña como magistrada de lo Penal número 2 de Valladolid. Fue designada por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) como integrante del Servicio de Inspección del máximo órgano de Gobierno de los jueces españoles y fue hasta hace poco responsable en ese CGPJ de la implantación, supervisión y desarrollo de los programas de justicia restaurativa.
¿Pero en qué modifica a víctima y a ofensor estos encuentros restaurativos?
Yo creo que la grandeza de los procesos restaurativos es la forma en que se aborda precisamente los procesos de comunicación. En el proceso penal hablamos con deferencia a víctima y a agresor, respetamos en todo momento su dignidad, les damos lo que ellos necesitan: voz. Pero también oímos y les permitimos que escuchen a los demás, y el proceso penal es más fácil, todo sale mejor. Pero es cierto que, por precipitación, por formas inadecuadas de trabajar, por exceso de trabajo, porque a veces estás un poco decepcionada con los resultados del trabajo que haces con mucha ilusión pero que ves que no dan los resultados apetecidos, pues todos nos vamos acomodando a hacer las cosas menos bien, no diría yo mal, pero sí menos bien. Entonces las practicas restaurativas nos recuerdan que víctima y victimario y sus entornos somos seres humanos necesitados de ayuda fundamentalmente; porque si se acude a un tribunal, si se acude al sistema de justicia es para pedir ayuda. Y ayuda también para el victimario, que a veces en este proceso de focalizar la justicia en la víctima en la que ahora nos encontramos, tras años en el que la víctima había sido olvidada, nos olvidamos que el victimario también es víctima muchas veces del sistema. Pensemos en las cárceles, en vuestro país y en el nuestro, están llenas de gente pobre y de enfermos mentales, y es terrible que esta sea la realidad que se palpa en las prisiones. Es imperioso que seamos capaces de dar otras respuestas diferentes. Respuestas que, además de mejorar la situación del propio agresor, consigan también reparar a la víctima.
Al hablar de reparar a las víctimas económicamente, en España la Universidad Carlos III de Madrid hizo un estudio en juzgados y tribunales de Madrid y Comunidades Autónomas, y se ha demostrado que las indemnizaciones que se acuerdan en sentencia en favor de las víctimas, solamente se abonan en un 33%, es decir, hay un 67% que no, y este es un dato terriblemente impactante. Cuando se utilizan prácticas restaurativas, cuando consigues a través de esta práctica que el victimario asuma el daño que ha causado, cuando existe una flexibilidad en la reparación que no es necesariamente la indemnización, sino algo que el victimario puede hacer y que es acorde a su capacidad, existen muchas más posibilidades de que la víctima sea reparada. Yo llevé hace años un proyecto al juzgado con un sistema de reparaciones. En un caso una persona no tenía dinero, pero es pintor, pues pintó la residencia de ancianos donde estaba la madre del perjudicado. Otra persona era ebanista, y vistió los armarios empotrados de la casa de la víctima. Entonces son ejemplos de no tengo dinero, pero sé hacer cosas. Si encontramos un punto de acuerdo de qué puedo hacer por ti, pues la reparación está cumplida.
Por otro lado, está la reparación moral. En el procedimiento tradicional se habla mucho de la victimización secundaria: claro que está presente. Yo creo que aún está más presente cuando la víctima va a un procedimiento y no le dejan hablar directamente sino a través de abogado o del Ministerio Fiscal o del actuario público, donde no le dejan enfrentarse a su victimario para decirle “tu sabes el daño que me hiciste”, “los meses que he estado sin salir de casa por miedo”, es decir, todo lo que ha sido su experiencia de víctima. Esto, yo creo, tiene un carácter defraudatorio para la víctima, quien dice yo vine aquí esperando que se me iba a escuchar, se me iba a ayudar y se me iba a apoyar, y lo único que se ha hecho ha sido utilizarme como medio de prueba, para obtener un relato que permita construir una sentencia de condena y al ministerio público sostener su acusación.
Entonces, ¿en qué cambia en un proceso restaurativo? Pues yo creo que cambia en que la víctima realmente se siente y puede ser reparada, tanto moral como incluso económicamente, y al victimario se le da la posibilidad de ser consciente de lo que ha hecho. Una vez que alguien es consciente y asume la responsabilidad, tiene mucho mejor pronóstico de recuperación como ser humano, y por lo tanto de rehabilitación y reinserción en la sociedad. En el procedimiento tradicional, por esa presunción de inocencia que yo defiendo a ultranza porque nos blinda a todos frente a acusaciones injustas, a la vez también enseña a los victimarios a mentir, niégalo todo y que lo demuestren. Hay victimarios que quieren decir la verdad y quieren pedir perdón. Entonces la justicia restaurativa abre esa posibilidad, que también está en el proceso penal, pero insisto, hemos estado haciendo una mala praxis y un mal uso del procedimiento penal, donde realmente quiénes lo diseñaron en el siglo XIX, lo que querían era un debate que llegara a la verdad a base de ir cada una de las partes trabajando para lograr la verdad.
¿Es mejor la justicia restaurativa que la práctica tradicional?
Yo creo que todas estas herramientas juntas deben formar parte del sistema de justicia, del gran sistema de justicia. Si utilizamos herramientas restaurativas se puede ir encontrando la mejor manera de lidiar, de afrontar, de solucionar, los problemas que se presentan en la sociedad. La justicia tradicional es un buen sistema, siempre pervivirá, porque cuando es imposible una solución de otro tipo tenemos que ir a una solución forzada, en la que desde todo el poder del Estado imponemos un castigo. Pensamos en delincuentes de delitos muy graves, pero insisto, yo creo que el sistema de justicia restaurativa debe formar parte junto con el sistema tradicional del gran sistema de justicia.
Habrá momentos en que el procedimiento penal tradicional no pueda entrar en juego por una prescripción de un delito o porque el autor no sea conocido, pero eso no supone que no tengamos que atender a la víctima y darle desde el sistema de justicia una respuesta. Con lo cual aquí habrá únicamente prácticas restaurativas y no proceso tradicional o proceso judicial entendido como el proceso de justicia tradicional.
Se observa que en general las sociedades reclaman más mano dura y soslayan otras alternativas de abordar nuestros conflictos. ¿Lo ves así? ¿Por qué crees que sucede esto?
Yo creo que al poder público le interesa tener a los ciudadanos atemorizados. Si hablamos de que hay una serie de delincuentes terribles que son, como cuando éramos pequeños, el ogro o el monstruo, los ciudadanos van a aceptar ceder libertades para obtener seguridad. Además, hemos conseguido la fórmula perfecta: decir que las víctimas quieren que los delincuentes “se pudran en la cárcel”, como se dice vulgarmente, y así estamos dando satisfacción a la víctima. Pero cuando hablas con la víctima, ella no quiere eso, lo que quiere fundamentalmente es entender por qué le ha pasado ese suceso que la sociedad en la que está ha decidido denominar delito, pero para ella es un daño. En segundo lugar, lo que quiere realmente es dejar de ser víctima, dejar de sentirse así, es decir, que todo lo que la define como víctima, quiere que pase, esa experiencia no la va a olvidar nunca, nunca va a desaparecer, pero la justicia restaurativa, o un buen proceso penal en algunos casos, puede ayudarle a darle a este hecho un significado diferente en su vida. Es algo que me ha pasado, he aprendido de él, ha tenido unas consecuencias, pero ya no me hace daño, puedo convivir con él. Mientras que, si no hay ese proceso de entendimiento y de comunicación, queda como una mancha tumoral que siempre es una sombra de dolor. Entonces la víctima necesita ser escuchada, oír, ser tratada con dignidad, ser atendida y cuando se resuelva el problema, sienta que lo que ella necesitaba ha sido atendido.
¿Por qué te parece que no hay voluntad política para implementar las prácticas restaurativas?
Yo estuve trabajando en el Ministerio de Justicia como asesora precisamente para impulsar estos modelos hasta diciembre del año pasado. Mi experiencia ha sido muy descorazonadora. Me llamaron para intentar impulsarlo, lo cierto es que una vez que estuve dentro de la organización administrativa, me di cuenta de que efectivamente no hay voluntad política. Por una parte, realmente la justicia a los políticos no les interesa. En segundo lugar, al hablar de justicia restaurativa y de mediación, el problema es que hay una acepción vulgar. Todo el mundo cree que sabe lo que es mediar, lo que es conciliar, lo ven como una cosa trivial, que puede hacer cualquiera. En ese cualquiera entra: que lo haga el juez que para eso está, o que lo haga el secretario del tribunal, o que lo haga el fiscal. Y no se dan cuenta que nosotros, todos los que somos administración pública, cargos públicos, sólo podemos hacer labores de conciliación pública, no podemos hacer labores de mediación, porque somos un poder público. De manera que esa igualdad entre las partes que exige la mediación, incluida entre las partes con el mediador, no se da porque, como digo, estamos ejerciendo un poder. Entonces para mí, el quid fundamental es, por una parte, el poco interés de los políticos en la justicia, como un hecho básico, y a partir de ahí piensan que ya tenemos un servicio de justicia y no tenemos que inventar otro. Porque siguen sin entender realmente qué es lo que propone la justicia restaurativa, o un sistema de justicia basado en el paradigma de la adecuación, es decir de la evaluación del caso, diagnóstico del conflicto, y a partir de ahí utilizar la herramienta más adecuada o varias herramientas conjuntamente. Yo creo que el hecho que, desde hace años, tanto en Argentina como en España, estamos utilizando la mediación penal en los procedimientos, la lógica de las cosas nos lleva a combinar herramientas, no una u otra, podemos combinar hasta el infinito todas las que se nos ocurran como herramientas idóneas para gestionar un problema penal, un problema civil, un problema de cualquier orden jurisdiccional. Entonces yo pondría el acento en la falta de entendimiento de lo que conceptualmente es, significa y precisa el desarrollo de la justicia restaurativa, o cualquier otra forma diferente de hacer justicia.
¿Cuál es el desarrollo en España de la Justicia Restaurativa?
En España sucede un poco lo mismo que en Argentina, dependiendo del territorio donde nos encontremos, hay un desarrollo grande la justicia restaurativa, o incipiente, o apenas atisbos. Lo que existe básicamente es en base a iniciativas particulares, de facilitadores, ya sea mediadores o de otro tipo, que se han dirigido a un juez o a un organismo jurisdiccional diciendo que querían desarrollar un proyecto. En otros casos es un juez, generalmente motivado porque ha acudido a una formación, ha empezado a interesarse por estas herramientas, se ha puesto en contacto con el Consejo General del Poder Judicial y desde allí ha encontrado apoyo y soporte para desarrollar alguna experiencia. El problema es que, si no hay una institucionalización, siempre vamos a depender de la buena voluntad de ese facilitador, que lo hace gratuitamente o busca medios de financiación por su cuenta, de la buena voluntad del juez o la jueza que quieren ponerlo en marcha. Pero si no hay esa estructura, infraestructura y por supuesto, soporte económico, pues son proyectos que nacen y mueren.
Luego de dedicar tu vida profesional al desarrollo de las prácticas restaurativas: ¿Cuál es tu sueño?
Yo soy muy tenaz. No pararé. Lo macro es para los hombres, pero lo micro es para las mujeres. Estoy segura que todas estas herramientas de justicia van a triunfar gracias a las micro acciones. En mi experiencia, cuando levanto la vista, veo una mayoría apabullante de mujeres trabajando. Decía Federico Mayor Zaragoza, que fue secretario general de la UNESCO entre 1987 y 1999, es una persona que quiero, valoro y admiro porque, que una vez hablaba con Nelson Mandela y le contaba que estaba un poco decepcionado con la cultura de la paz, que se había volcado a ella pero no se lograba una paz universal. Le dijo Mandela: “Tu tranquilo, cuantas más mujeres vayan llegando al poder, la paz será un hecho, porque las mujeres construyen y no destruyen. Los hombres resolvemos todo por la fuerza y las mujeres todo por la razón”. Entonces mi sueño es que realmente tengamos un buen sistema de justicia, incorporando herramientas restaurativas y cualquier otra que se considere que sean adecuadas, que trabajemos cada día en la misma dirección, con generosidad, con compromiso, y que todos realmente podamos disfrutar del mejor sistema de justicia donde los derechos humanos, los derechos fundamentales, estén plenamente garantizados y salvaguardados, los de todos y los de todas.