Trabajadoras y trabajadores esenciales

No son, administrativamente, trabajadoras y trabajadores esenciales. No tuvieron aplausos a las 9 de la noche. Como sociedad todavía no advertimos cuánto más dura sería esta pandemia sin esas magistradas y funcionarias, magistrados y funcionarios que, de un día para otro, se encontraron trabajando a la intemperie.

No son, administrativamente, trabajadoras y trabajadores esenciales. No tuvieron aplausos a las 9 de la noche. Como sociedad todavía no advertimos cuánto más dura sería esta pandemia sin esas magistradas y funcionarias, magistrados y funcionarios que, de un día para otro, se encontraron trabajando a la intemperie. Con los tribunales semicerrados y contando solamente con sus teléfonos celulares y las notebooks que tenían en sus casas.

Nadie preguntó “¿cómo hacen para trabajar sin equipos ni despachos?”. Sin embargo desde hace casi 200 días las y los funcionarios y magistrados disputan espacios en sus casas para sostener la versión más salvaje del teletrabajo: una interminable secuencia de videoconferencias (algunas de trabajo, otras de capacitaciones para poder realizarlo) y gestión remota de expedientes – más o menos digitales – soportados por sistemas informáticos en construcción y con la conectividad que la suerte les depare. Nada es gratis: esa precariedad fue y sigue siendo pagada con el esfuerzo extra de esas y esos que no están encuadrados como trabajadores esenciales, porque ya se sabe que esa función del Estado es esencial, con o sin pandemia, con o sin el reconocimiento de su importancia.

Este no es el tono de un primer número de un espacio concebido para hablar con esos otros ciudadanos y ciudadanas que también están haciendo su aporte y pagando los costos de una crisis global que encontró al mundo mal preparado. O sí. Es bueno presentarse para empezar una conversación. Puede ser que decir “¡Hola! Yo trabajo de jueza, de defensor, de fiscala o funcionario. Trabajo mucho, me gusta lo que hago. No siempre vuelvo a casa satisfecha. Muchas veces regreso frustrado, amargada. A veces lo que creo que debe ser no es, porque la realidad se mete entre lo que me gustaría que sucediera y lo que sucede. Otras muchas regreso feliz. Esas veces que todo sale bien: que los testigos dicen lo que saben, que las posiciones estuvieron bien planteadas, que las leyes y los códigos previeron ese caso. Esos días siento que estoy haciendo eso que soñé cuando estudiaba: poner mi granito de arena para que este lugar donde vivo sea un poco mejor, más justo, más pacífico. Desde hace meses, probablemente igual que vos, tengo que correr a mis hijas de una parte de la casa porque tengo un Zoom. Es más difícil que ir a una oficina, porque los chicos cuando son pequeños creen que uno está dónde ellos lo ven y no en otro lado, en un lugar indefinido y virtual, en el que se cruzan, por Google Meet, las necesidades, los derechos y la ley.

Soy una persona como vos que trabaja de funcionaria, de jueza, de fiscal, de defensor. Que necesita de lo que vos hacés como vos necesitás de lo que yo hago. Me gustaría escucharte. Me gustaría que me veas.”

Presentarse es asumir que se ocupa un lugar identificable, es definir un contorno. Es encarnarse: “La Justicia” no le pide la notebook a su hija; no se conecta a las 11 de la noche porque el sistema está menos saturado: las personas hacen eso. Es importante dejarse ver: la Magistratura y la Función Judicial no tiene cara de cansada: las y los funcionarios y magistrados, sí. La sociedad necesita ver esas caras para poder confiar, para poder identificarse, para reconocerse.

No son trabajadoras y trabajadores esenciales, son trabajadoras y trabajadores. Su trabajo no es invisible a los ojos y podemos mostrarlo.